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Imma Bergillos y la bici como medicina para el alma

La bicicleta para esta líder catalana fue una verdadera ayuda que le sirvió para recuperarse anímicamente de los duros golpes que la vida le dio

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Aprendí a ir en bici a los 13 años, de forma autodidacta y en el garaje comunitario de mi bloque. Hacía tiempo que les pedía una bici a mis padres - sin saber aún montar- y un día vieron que cierta sucursal bancaria te entregaba una bici depositando un dinerillo a plazo fijo.Fue de esta manera que pude conseguir mi primera bici. No recuerdo la marca, solo que era de “montaña”, no tenía marchas y era de color naranja fluorescente (para mí era la más molona del mundo).

No me costó mucho aprender, en un par de tardes ya lo tenía. Pero como no sabía circular por la ciudad, y mis padres aun no me dejaban salir sola, al final nos llevamos la bici a una urbanización donde teníamos un huerto. Fue allí donde empecé a cogerle el gustillo a la bici de montaña. La urbanización aún estaba en obras y había muchas montañitas de tierra para subir y bajar. Al principio no podía con ninguna, pero yo me divertía intentándolo. Poco a poco fui cogiendo confianza y fuerza para hacer subir la bici sin marchas por los montones de tierra y era la niña más feliz de la tierra. Lo que pasó es que la urbanización acabó urbanizada, desaparecieron los montones de tierra y a mí se me fue quedando la bici pequeña, así que sin darme cuenta se fue aparcando mi hobby, que por aquel entonces no me había percatado de que era mi hobby.

No fue hasta bastante tiempo después, a mis 27 o 28 años, y porque necesitaba un vehículo para ir al trabajo, que me vi de nuevo en posesión de una bicicleta. Esta era una Coluer de aluminio de color azul con su portabultos y todo, superbién equipada con refractómetros delanteros y traseros -y hasta en los radios-, con su bolsita para la cámara de repuesto… Pero, eso sí, esta vez de marchas.

Tuve que pillarle el truco a eso de las marchas. Me hice una “chuleta memorística” escrita en el manillar para saber cuándo poner una marcha u otra. y empecé a rodar. Al principio, hacia el trabajo. Más tarde, empecé a salir con Nico y Ana, tíos de mi marido, e hicimos grupeta y, poco a poco, fuimos explorando el territorio cercano.

Por ese entonces me apunté también al gimnasio, pero las únicas clases que me motivaban eran las de spinning. En ellas coincidía frecuentemente con Paqui, una amiga de mis hermanos, la cual ya llevaba un tiempo rodando en mountain bike (antes se le llamaba así) con un grupito fijo que se había formado entre amigos y conocidos del gym. Cierta noche, saliendo de fiesta, me volví a encontrar con Paqui, que me dijo que estaba saliendo con este grupito tres días por semana y que me animara a venir con ellos.

Pues para allí que fui. Y fue de lo mejor que pude hacer jamás. Ahí empezó de verdad mi historia con la BTT: Primer día con la grupeta, con mi bici de aluminio con portabultos y a subir el Puig de l'Aliga que me llevaron. La montaña con más desnivel de la zona. Pues la subí, aunque media montaña con la bici a cuestas.

La verdad es que ese era un grupo muy majo y me sentí muy bien acogida por todos. Gracias a Valentín, aprendí la técnica básica para rodar y subir y bajar desniveles. María José se mantenía a menudo a mi lado para que no me quedara muy atrás. Ángel, Gracia, Manolo, Pedros, Fernando, Rosa, Miguel y los que me dejo (que no me lo tengan en cuenta). Cada uno de ellos aportó su granito en su dia a mi historia. Todos ellos entre 8 y 20 años mayores que yo. Unos máquinas todos ellos.

Por ese entonces, ya con 31 años, y no sin bastante dificultad, conseguí quedarme embarazada. Pero la alegría me duró poco y sufrí un aborto. Los siguientes cuatro años los recuerdo sombríos y tristes. El deseo de ser madre se me volvió una obsesión y mi día a día estaba vacío. Vacío excepto el día que salía en bici, que me hacía sentir mejor y recuperaba el ánimo. Medicina para el alma. Eso fue para mí la bici.

Esta etapa llegó a su fin cuando finalmente conseguí ser madre (y de mellizos). El tiempo disponible se me volvió escaso y los siguientes seis años las veces que pude salir en bici se podían contar con los dedos de una mano.

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Tras ese periodo, empezó otro: cuando los nenes fueron un poquito más grandes me busqué un huequito para mí y empecé de nuevo a rodar. Primero con Txiki, un buen amigo, que consiguió que me pusiera de nuevo en forma y cogiera algo de fondo con la bici, y luego se nos unió Anahí, que la conocí a través del cole de los nenes.

Gracias a Anahí conocí, un tiempo después, el proyecto Women in Bike, de la Federación de Ciclismo. Se hizo líder y seguimos saliendo juntas, pero esta vez con el grupo de chicas de nuestra zona: las Fembike Garraf. Aunque, paralelamente, he ido saliendo también con otros grupos, en los que por desgracia soy la única chica.

Y así han ido pasando los años, rodando una vez o dos por semana, unas veces con las chicas, otras con los chicos, poniéndome fuerte, cayéndome de la bici alguna que otra vez, sufriendo alguna fractura que otra, rehabilitaciones varias… pero siempre levantándome, que es lo importante. Levantarse.

La razón por la que al final he decidido unirme al proyecto Women in Bike como líder ha sido porque me di cuenta de que no había apenas salidas de iniciación y, en cambio, había bastante demanda. El nivel moderado, que es en el que solía apuntarme ya estaba bastante cubierto de líderes, pero para inicial no había nadie aún.

Así que en ello estamos. Intentando motivar a nuevas chicas (jóvenes y no tan jóvenes) a que empiecen a rodar, a que le pierdan el miedo al dolor de culo, a que se quiten la vergüenza que da el empezar, a que rompan prejuicios, a que vean que ellas también pueden. Pero es un nivel en el que cuesta mucho arrancar, por los horarios, por las obligaciones, por los miedos, la poca costumbre… un deporte que muchas quieren hacer y pocas se atreven a empezar.

¡Os animo a todas, Mujeres del Mundo, ¡a rodar en bici! Os daréis cuenta que verdaderamente es medicina para el alma.

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